...aunque hay veces en que necesito estar sentada...

...aunque hay veces en que necesito estar sentada...

lunes, 17 de mayo de 2010

Yo nunca le pregunto nada al espejo, no sea que un día me responda y me lleve un disgusto. Nadie duda de la maldad de la madrastra de Blancanieves, pero hay que reconocer que después de haber sido durante años la más bella del Reino, debe sentar un poco mal que llegue otra y te quite el puesto.

Así se debió sentir Marta aquel día de junio, cuando tras un ajetreado día consiguió legar a casa una hora antes de lo habitual y se encontró con que Pablo la había reemplazado por Blancanieves. Puede que Marta no leyera las señales o puede que Pablo fuera demasiado cobarde para mostrarlas, pero fue el instante en que se paró la tierra, en que el espejo nos dijo que había otra más bella que nosotras y que había venido para quedarse.
Muchos años después, tras la muerte de Pablo y mientras intentaba impedir que una escandalosa sonrisa emergiera de su labios, recordaría el momento después de pararse la tierra y volvió a ver a Pablo, siempre tan guapo, sentado en el sofá de cuero marrón, y a ella junto a él, su Blancanieves, su pequeña pequinesa, que Pablo le había comprado y a la que ella descubrió justo una hora antes de lo previsto.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Y cuando me encuentre allá, lejos de los límites del mundo, donde se desdibujan los deseos, recordaré el día aquel que de forma extraña y confusa nevó en Madrid.

jueves, 22 de abril de 2010

Después de tantos años, de tantas noches sin dormir, sin saber dónde o cómo estabas, después de tanto tiempo de esperarte… Ahora estoy aquí. Habla. Hace un año más o menos estaba en la puerta de tu oficina. ¿Me espías? No. No te espío. Quería saber lo que tenía derecho a saber, nada más. Te vi salir con tu vieja compañera de universidad. Alta. Guapa. Llevaba un abrigo blanco muy bonito. Escucha… Me compré uno igual. Me compré el mismo maldito abrigo. Estuve llevándolo todo un invierno, pero tú no te diste cuenta… Siempre me alegraba, cuando te sentía llegar me alegraba, después de una noche en vela esperándote… Me alegraba. Ayer no dormí, pero sentía que no te esperaba… Y cuando te oí llegar me di cuenta de que no me alegré. Simplemente deseé que no hubieras vuelto...

jueves, 18 de febrero de 2010

Apunte del Inquisidor...

Las personas, según mi teoría, se dividen en dos grandes grupos. Un primer grupo vienen a formarlo los que podemos llamar contables. Creo que es la palabra que mejor los describe. Son esas personas que siempre llevan la cuenta de todo, tanto en sus actos como en los de los demás. Para ellos todo tiene su contrapartida, y sin ella, carece de sentido. Les gusta que cada peso tenga su contrapeso. Que todo cuadre. No pienses que se trata de una etiqueta peyorativa. Los contables son personas con rasgos admirables, y capaces de cosas admirables también. Tienen sentido de la justicia, del orden, del equilibrio. Suelen ser fiables, coherentes, eficaces y esforzarse siempre por corresponder con el bien a los bienes que reciben. No dejarán nunca de pagar una deuda, y nunca se les olvidará lo que prometieron. Son atentos, detallistas: sus madres saben que siempre las felicitarán por sus cumpleaños. Tienen capacidad de anticipación, sentido de la estrategia. Por eso saben organizarse y sirven como nadie para organizar a los demás. Y la cruz, como la cara, depende de la persona. Pueden ser intransigentes. Pueden ser también avaros, o codiciosos. y tienen una cierta propensión al resentimiento. Ellos suelen cumplir lo que se espera de ellos, pero no es difícil que otros no cumplan lo que ellos esperan. y su sentido de la contrapartida entra aquí en juego de forma implacable. En muchas coyunturas de la vida, ayuda tener un contable a mano.
El otro grupo es el de los que llamaremos los pródigos, son aquellos que , al revés de los contables, se despreocupan de llevar la cuenta de lo que hacen, y de lo que les hacen. No es una decisión, simplemente carecen de esa capacidad. Pueden muy bien deslumbrar aquí, y fallar completamente allá. Son malos para calcular, para equilibrar, para corresponder. No es que las cosas no les cuadren. Es que se empeñan en descuadrarlas, una y otra vez.
En cada uno de nosotros predomina uno de los dos: el contable o el pródigo. Y eso no quiere decir que no tengamos rasgos del opuesto, de los que podemos servirnos frente a las vicisitudes cotidianas. pero en las veraderas encrucijadas, en las crisis, y en definitiva, allí donde cuenta lo que somos en lo más profundo, nos manifestamos como lo uno o como lo otro.
Los pródigos tienen, qué duda cabe, una faceta muy atractiva. Pueden ser brillantes, ocurrentes, creativos. También tienden a ser generosos, apasionados, cálidos. Si les pides un pan no se pararán a contar cuántos otros panes les quedan en la despensa. Nunca miden el afecto, la amistad o la compasión. Y nunca se limitarán a cumplir el plan establecido o a seguir la vía marcada. Siempre mirarán hacia los lados. Y lo que allí encuentran no suelen verlo los contables. Pero no llevar la cuenta también juega malas pasadas. Por falta de celo, por descuido, pueden llegar a ser muy desconsiderados. No es difícil que se distraigan, y tampoco que dejen de prever lo que deberían haber previsto, exponiéndose y exponiendo a otros a consecuencias desagradables que habrían podido evitar con un poco más de cuidado. Pueden arruinarse con facilidad, por sus pocas dotes para administrarse. Y no pocos de ellos (todos los pródigos, en realidad, en algún momento de su vida) se comportan de forma incompensible y temeraria.
Lo único que hay que hacer es tener cuidado, antes de mezclarse más de la cuenta. No hay nada escrito, ni regla sin excepción: existen situaciones, momentos, incluso se dan a veces circunstancias duraderas en que un pródigo y un contable pueden complementarse, presentarse sus respectivos talentos y suplirse sus respectivas carencias. Pero en ciertos órdenes delicados de la vida, a la larga, tienen muchas probabilidades de no hacer buena pareja.
(Lorenzo Silva. El blog del inquisidor)

Anotación.

Quien abre la caja de Pandora, ha de saber soportar todo lo que contiene.

martes, 16 de febrero de 2010

Te he visto caminando por la calle.

Te he visto caminando por la calle,
he sentido cómo olían tus mañanas
y el reflejo de tu voz
cuando me miras
y el sonido de tus ojos
cuando hablas.

Te he visto llorar cuando te ríes
Y te he visto reír en la desgracia.
Siento tu piel cuando suspiras
y tu aliento cuando me abrazas.

Diario de una poetisa recién casada.

¿La estupidez se hereda? Me recuerdo preguntándomelo con preocupación a lo largo de toda mi vida, cada vez que veía a mi madre presumir delante de sus amigas porque se había comprado un traje nuevo en el Corte Inglés o a mi tía enumerando con orgullo las costas españolas y diciendo que sabía ser una persona inteligente porque Asturias está en el Norte y Andalucía en el Sur. Crecí con ese miedo metido dentro de mi cuerpo. Temía sentir sólo interés por las revistas con la programación semanal o por las novelas de Danielle Steel. Afortunadamente descubrí que en mi familia lo único que se hereda es el apellido. Fui diferente porque yo supe admitir mi derrota. Mi tía hoy es una mujer mayor que todavía se asombra por saber que un pueblo se encuentra en Ávila y no en Valladolid, y mi madre ya no presume tanto, pero en las vislumbradas arrugas de su futura vejez, se puede adivinar ese orgullo juvenil que la dominó durante tanto tiempo.
Saberse mejor que los demás tiene sus riesgos, porque siempre creerás que tú te mereces más que tu vecino, creerás que la vida te debe algo.
Esteban era por aquel entonces un hombre bajito, -me pareció ideal porque yo estaba cansada de hombres altos y me resultaba encantador poder salir con un hombre sin llegar a casa con tortícolis-, delgado, de aspecto misterioso. Había estado casado dos veces y yo no podía evitar sentir una gran atracción por él. Nadie que le hubiera conocido hubiese dicho de él que era particularmente guapo, pero había algo en su forma de hablar que nos hacía perder la cabeza a todas las chicas de la agencia. Así que me sentí realmente en la cima cuando descubrí que había puesto sus ojos en mí. Podría enumerar la gran cantidad de enemigas que me hice, la chica de las fotocopias, la secretaria del jefe, la responsable del departamento de documentación… desde las más altas esferas femeninas hasta los más bajos vuelos de la oficina me odiaban. Bien por mí. Normalmente esa era mi carta de presentación cuando llegaba nueva a un lugar. No destacaba por fea, tampoco destacaba por guapa. Quizá mi mirada escudriñadora y mi sonrisa ácida no me ayudaban demasiado a hacer amigos.

Tampoco era para ponerse así. Pensar en Penélope como símbolo de la fidelidad conyugal siempre me ha parecido un poco demagógico. ¿Por qué pensar que todas esas mujeres que se quedaban solas cuando sus maridos se iban a combatir se quedaban tristes? Yo creo que muchas de ellas estaban encantadas de la vida, porque probablemente no eligieron casarse, no eligieron quedarse en sus casas esperando a que su marido regresara del bar para ponerle la cena, no eligieron una vida de esclavas, relegadas a fregar el mismo suelo una y otra vez. Yo siempre lo tuve muy claro, soltera hasta la muerte. ¡Qué no se diga! Viviendo mi propia vida, sin contar con nadie para nada, haciendo lo que me daba exactamente la gana en todo momento. Hasta que conocí a Esteban, claro. Mi máxima a la mierda. Empecé a soñar con bonitos vestidos blancos y con zapatos de tacón y con cunitas de bebé y con ir a comer a casa de mis suegros los domingos… Joder, maldito amor. Por fin había conseguido un trabajo decente en una agencia literaria. Después de estudiar lo que me había gustado me tuve que enfrentar a la cruda realidad de pocos puestos y gente muy preparada, muchos bastante más preparados que yo, que peleábamos por el mismo puesto en prácticas sin remuneración y con excesivas jornadas laborales. Trabajé de oficinista, de dependienta y un largo etcétera de profesiones que se me presentaban absurdas y carentes del más mínimo sentido. Iba a trabajar sin ganas, pero también con la tranquilidad que te da el hecho de que no te importa ni lo más mínimo tu trabajo. Daba igual hacerlo bien que hacerlo mal. Daba igual que el jefe de turno se acercara a ti para felicitarte o para reprenderte. No importaba lo que quisiera el cliente. A veces podía resultar un juego divertido. Que tu jefe se venía con cara de pedirte un favor y te recordaba lo importante que era la empresa en tu vida y que todos éramos una gran familia… le mirabas tranquilamente a los ojos y le decías no. Que venía un cliente con complejo de Pretty woman y quería que le hicieras más la pelota… pues tampoco.

Sufrí unos nervios indescriptibles mi primer día en la agencia. Era el primer trabajo que me importaba de verdad y necesitaba hacerlo bien. Necesitaba saber que podía. Me vestí lo mejor que pude, o lo mejor que mi bolsillo me permitía por aquel entonces. Unos vaqueros pitillo, camiseta blanca, chaleco, botines y un par de collares colgando graciosamente de mi cuello era todo lo que tenía. Desde la perspectiva que me permite la distancia puedo decir que mi primer día fue bien, me comporté eficientemente, fui simpática con todo el mundo y hasta creo que conseguí un par de futuros polvos en caso de necesitarlos. Pero lo mejor, lo mejor de todo es que el trabajo era el que llevaba tanto tiempo esperando. Mi mesa era amplia, con teléfono (siempre he querido tener un teléfono), ordenador de última generación, un par de cajoncitos con todos los útiles de oficina imaginados y por imaginar, a los que yo añadí mi estuche con bolis de colores, mi colección de lápices favoritos y unas cuantas gomas de borrar –recuerdo de mis añorados años de escuela-. Enfrente tenía un gran ventanal que me distraía más que concentrarme, pero entraba una luz maravillosa que iluminaba la mesa. Dispuse un par de tazas de café, como requería la ocasión y unas ganas enormes de empezar a trabajar.

Mi trabajo consistía en leer algunos de los originales que llegaban, corregir artículos, trabajos, manuscritos… y actualizar la base de datos del departamento según se iba dando entrada a nuevo material y salida a material ya revisado. No conocí a Esteban hasta dos semanas después. Entró rápido y salió más rápido todavía, pero debo confesar que entonces ya me fijé en él.
Mi primera cita, a secas, fue un auténtico desastre, pero fue divertida, quizá éramos muy jóvenes. Yo tenía once años, estaba en sexto y me gustaba un chico de trece. Por entonces parecía una diferencia de edad insalvable. Tonteábamos en el patio del colegio a la hora del recreo. Me daba una vergüenza horrible acercarme a él. El corazón se me aceleraba, me sonrojaba y me salía una risita estúpida que conseguía avergonzarme aún más. Hasta que quedamos. Fue en un parque. Él vino solo y fui con mis amigas. El resto de la historia no merece ni una línea más.

Mucho mejor fue mi cita con Esteban, creo que no lo olvidaré nunca. Eran como las ocho. Estaba nublado. Lloviznaba. Y le vi acercarse con paso tímido hacia mí. Llevaba algo en la mano que no podía distinguir y la cabeza cabizbaja que subía de cuando en cuando, y me echaba una mirada furtiva. La verdad es que en ese momento yo sólo podía pensar en que me meaba mucho, no sé si de los nervios o por haber bebido demasiado. Pero no lo olvidaré.
(continuará...)

jueves, 11 de febrero de 2010

martes, 9 de febrero de 2010

Me decía...

¿Qué dura la vida, eh? Me decía. Esperar y esperar aquello que sabemos que nunca nos va a llegar, jugar a ser otros, imaginarnos en otro lugar, sentados ante una mesa que nunca será nuestra, con gente que no nos pertenece… construirnos un mundo más allá de nuestra jaula. Sentir el vacío que dejan las cosas cuando se van, recordar las cosas que quisimos hacer bien, las que sí hicimos correctamente, las que ni siquiera nos esforzamos por realizar…

Volver a aquel lugar me recuerda todo lo que no quise ser y que sin embargo sé que no me podré quitar del todo…

Yo juego frecuentemente a imaginarme que soy otra, cuando soporto mal lo que soy, mi cuerpo ya no está en el lugar que ocupa y mi mente no le pertenece. Frecuentemente, ni siquiera soy española. Mi casa es más grande y tengo un perro que me recibe en la puerta con gran alegría cuando arrastro mi cansancio hasta casa al final de la jornada y sólo puedo pensar en un sofá que no tengo y en la cena que está sin preparar.

A veces aparecen hijos, pero me cuesta hacerme a la idea de lo que significa ser madre y en vez de ocuparme de ellos, prefiero ocuparme de mí. También salgo a la calle muchas veces con ropa más cara de la que tengo, voy a lugares en los que sé que nunca estaré y a aquellos en los que espero estar algún día.

Pero hay una cosa en mi vida que nunca desaparece, viaja a mi lado en el avión, se sienta a mi lado en el sofá, me consuela cuando estoy triste…

viernes, 5 de febrero de 2010

El mismo amor, la misma lluvia...

...y bueno, no sé, yo pensaba que lo otro que es el fuego era amor, no? Y ahora me doy cuenta de que no, de que es fuego… te quema y nada más. Entendí que el amor es otra cosa, no? Que tiene más que ver con el cariño, con el compromiso, con las cosas compartidas, con la seguridad, con la confianza… eso es amor, no esa cosa adolescente de Romeo y Julieta que…

El teatro.

Ante mí te descubres. Rojos son tus párpados y blanca tu alma. Con tu voz produces llanto, risa, desesperación, esperanza, mucho, poco, nada o todo al mismo tiempo. Cuando termina tu obra eres juzgado, pero tú sigues firme, sin derrumbarte. Naciste hace miles de años y todavía hoy sigues siendo el escenario de muchas personas.

La huida.

Se miró al espejo y vio reflejada toda su vida. Entonces una gran tristeza inundó su alma y sus ojos se llenaron de lágrimas. No lograba recordar un día en que hubiese sido completamente feliz. Sí recordaba momentos fugaces, pero desaparecían tan rápidamente como relámpagos. Decidió que estaba cansada de todo y que con todo tenía que terminar. Cogió una bolsa, una muda, algo de dinero y dejó una breve nota en la cabecera de la cama. Miró hacia atrás una última vez. Entró en las habitaciones de sus hijos, besó sus almohadas y se impregnó con su olor. Abrió la puerta de atrás y salió decidida a no volver jamás.

Citas.

Ahora sé que mi madre pensó en mí hasta el final, y sé también que nunca dejará de maravillarme la sutileza con que la defraudada muchacha que aún respiraba entre los pliegues de su inexpresiva vejez actuó para que yo lo supiera. Aquí estoy, compréndeme. Mídeme con la vara de tu propia experiencia, no juzgues la derrota de mi vida con más severidad de la que usarás para juzgar la tuya. (Un calor tan cercano).

Que amantes y borrachos irán a los infiernos no puede ser verdad, creerlo es imposible. Si van a los infiernos amantes y borrachos, quedará el paraíso desierto y despoblado. (Omar Jayyam).

-Estás viva idiota, puedes hacer lo que quieras. ¿Qué es un poco de sufrimiento comparado con eso?
-No puede ser tan fácil.
-¿Y si lo es?

Y, no obstante, aún así, aun sabiendo de antemano todo lo que luego me sucedió, habría corrido a su lado.” (…) “¿Y qué otra mujer, muchacha o adulta, tonta o sabia, no habría hecho lo mismo?” (…) “…Y si me desesperaba era precisamente porque le quería y le necesitaba. ¿Cómo ha de desesperarnos algo que nos resulta indiferente?

El gusto no está en grandezas, sino en ajustar el alma a aquello que se desea (El perro del hortelano).

Así quiero volver a aquella tarde, cuando me agobia la mujer en que me he convertido, para recuperar la calma mayestática que me envolvió en aquellos momentos.

No juzgues la derrota de mi vida con más severidad de la que usarás para juzgar la tuya.

Errar es humano, echarle la culpa a otro es más humano todavía.

"...rezo porque pare el ascensor atrapado contigo..."

Porque, a veces, las cosas cambian. Ya sé que parece imposible, que es increíble, pero, a veces, pasan.

En los libros podemos refugiar nuestros sueños para que no se mueran de frío (La lengua de las mariposas).

Cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre siento que debo haberme equivocado.

Pintor que me has pintado en este cuadro vago de la vida, tan bien, que casi parezco verdad; ¡ay, píntame nuevamente y mal, de modo que parezca mentira! (JRJ).

La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en el que el libro habla y el alma contesta. (André Manrois).

Yet come to me in my dreams, that I may live
My very life again though cold and death;
Come back to me in my dreams, that I may give
Pulse for pulse, breath for breath:
Speak low, lean low
As long ago, my love, how long ago.
(CHRISTINA GEORGINA ROSETTI. Echo)

Allí donde comienza el deseo, en el lugar del miedo, donde nada tiene nombre y nada es, sino parece.

Aunque donde el premio es mucho, el atrevimiento es poco (El perro del hortelano).

Y así iba, su alma hacia delante y su cuerpo atrás, como la seda de una bandera ondeada por el viento.

Y sólo con mirarle a los ojos supo que mentía, que escondía algo tan profudamente que se le notaba al andar mientras se alejaba... y ambos lo sabían.

Donde las paredes oyen hasta las puertas tienen lengua (El perro del hortelano).

"Contéstale que sí -le dijo-. Aunque te estés muriendo de miedo, aunque después te arrepientas, porque de todos modos te vas a arrepentir toda la vida si le contestas que no". (El amor en los tiempos del cólera).

Sólo dios sabe cuánto te quise. (El amor en los tiempos del cólera).

"... y uno aprende, que si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores..."

El amor pertenece a sí mismo, sordo a las súplicas, inmutable ante la violencia. El amor
no es cosa que se pueda negociar. El amor es lo único más fuerte que el deseo, la única razón
justa para resistir a la tentación.
(JEANETTE WINTERSON. Escrito en el cuerpo)

Las estatuas no siguen todas el mismo principio, no todas son del mismo género, del mismo estilo o sólo de una materia. Sin embargo, expresan de manera muy pura el típico anhelo helénico de venerar a los dioses con lo más bello que hay en la tierra: con sustancias nítidas, con figuras de forma humana y con las más perfectas obras de arte... (Máximo de Tiro. SII d.C.)

En este momento tengo veintiocho años en la mesa del despacho y un residuo de meses en el cenicero de plata...

Como afirmó Nietzsche, "lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti".

Regreso al pasado.

Y por fin pude comprender a todas esas mujeres con maridos de fin de semana y vacaciones. A mujeres que, como mi madre, se habían pasado su juventud cosiendo monos y preparando tarteras. Así es como yo me sentí aquella noche, cuando miraba a la cocina y veía los platos sin recoger encima de la mesa, y al que entonces, aunque todavía no era mi marido, me pareció que llevábamos treinta años casados. Los tiempos mudan las costumbres y mejoran las artes, que decía Cervantes. Sí, mejorar, mejorarían, eso era cierto, pero mientras observaba a mi santo jugando a un videojuego, me preguntaba si realmente el cambio no sólo había sido tecnológico.

Vals a medianoche.

Pude ver en sus ojos el deseo de la juventud. Su mirada bloqueaba la mía y se hubiera bebido mi sangre si eso le hubiera devuelto sus horas. La impotencia de quien no puede luchar contra algo que no existe, pero que sufre. Y verse hecho un David contra un Goliat. De las cosas que no hicimos, de las que dejamos a medias y de las que nunca deberíamos haber hecho. El recuerdo de un amor de su primera juventud, un amor no consumado que anheló la misma rabia que sintió la primera vez que quiso acudir a un baile con su vestido nuevo de organdí y sus padres no se lo permitieron.

Se había convertido en una mujer menuda, de mirada insidiosa. Se quejaba de todo y de todos, pero todavía conservaba en su interior esa fortaleza que la había caracterizado.

Si tú te vas toda mi infancia se irá contigo. No puedo soportar la idea de que en ti pase el tiempo, en que un día te llame y no reconozcas mi voz, o que te visite y ya no reconozcas mi rostro, porque si tú ya no me recuerdas no quedará nada.

Anoche soñé contigo, te escribía una carta muy larga desde un lugar lejano donde estaba dando clases de español. Te contaba como era mi casa, la ciudad, mi nuevo trabajo, la conexión a internet que nos podría hacer comunicarnos rápidamente y que tú nunca llegarías a entender bien como funcionaba. Yo estaba segura de que no importaba que día te llegara la carta porque iba a tener que esperar en tu buzón hasta entrada la noche en que tú estuvieses de vuelta. Porque tú tienes veinte años menos y estás bailando en un gran salón con un hombre muy moreno, apuesto, que te contempla.

Sí, esto que suena sí es música de baile, aunque no acierto a adivinar si suena un vals, un tango o un pasodoble. La música me llega confusa y a ráfagas. La sala está llena, pero se me presenta de forma intermitente, y, aunque creo reconocer algunos rostros, sólo estoy segura de cuál de ellos es el tuyo. Llevas una blusa blanca y una falda de raso azul. El reloj que te regalé. La gente parece incansable, es como si llevaran horas y horas bailando, repitiendo los mismos movimientos una y otra vez. Mi sentido del tiempo se ha distorsionado y ya no sé cuánto llevo observando. De repente la música para. Todo el mundo se queda inmóvil, como de piedra. Tú te giras y me miras directamente. Me siento como desnuda, descubierta. Alargas la mano con un gesto en el que yo entiendo que quieres que me acerque, pero cuando bajo el primer escalón desapareces junto con el resto. Me quedo sola en la sala y lo acogedor se convierte frío. Da miedo. La música comienza a sonar otra vez, pero ya no eres tú la que baila, y son otros rostros de otras personas, de otra época distinta. De mi época. Esto no es música de baile.

Por fin baja la enfermera y me pide que la acompañe, que ahora sí puedo verte. Me indica la habitación con un gesto taciturno y cansado. Pero cuando entro no estás. Me parece oír a lo lejos… aunque no, no puede ser. Ayer mismo me fijé bien en la copia del cuadro de Toulouse-Lautrec. Al fondo, en el salón de baile, ahora hay una mujer menuda, con una camisa blanca y una falda de raso azul, y está bailando con un hombre muy moreno. Y me miras.